Fede
dejaba atrás el guijarro que había estado pateando hasta la estación del metro
de la ciudad. Le recorrió una vaga melancolía por dejarlo atrás. Con un pasó lo
rebasó y subió las escalinatas.
Pasó
la entrada e ingresó su boleto, “hace cien años esto habría resultado parte de
un libro de ciencia ficción” pensaba tras pasar el torniquete que le separaba
de ingresar al vagón del metro.
Demasiado
tarde, este se había ido sin Federico en su interior, mientras el se peleaba
con el policía de entrada por el mal estado del acceso y lo fácil que es que
una mochila se atore en el.
Otra
prueba de la mala suerte: otro suicida se había lanzado a las vías en el
momento en que pesaba el siguiente tren en la estación anterior. No le
importaba, llevaba más de una hora de adelanto para su cita, se sentó en una
banda sin dejar de pensar en la apariencia del cadáver del suicida cuando un
repentino dolo de cabeza lo obligó a cerrar profundamente los ojos para después
oír que le preguntaban:
-Disculpa caballero, ¿Es usted Federico
Martínez?
-Sí, ¿Por?
-Voy a hacerle unas preguntas.
-¿De qué maldita compañía de tarjetas es? No
me importa, no le responderé nada, tras el último juicio me prometí no hacerlo.
-No se preocupe caballero, nada de eso, ¿Qué
me respondería su le dijera que puedo llevar su conciencia más de cien años en
el futuro?
-Le respondería que es una estupidez, eso no
es posible, todos incluyendo a Einstein lo han dicho.
-Sin embargo usted lo plantea en sus libros.
Fede
calló, pues era cierto, ¿Pero que esperaban? La ciencia ficción ya no es moda,
se necesitan personajes misteriosos y viajes en el tiempo para subsistir, y eso
a medias.
-Es diferente, en ese caso debo volver comercial
el libro, pero sinceramente no lo creo.
-¿Alguna vez ha creído en el algo de lo que
ha escrito?
-Siempre deseo que suceda o que no, pero lo
hago, ¿Y qué hago contándole esto a usted? Es estúpido…
-No se altere camarada, mire, lo invito a un
café para que hablemos más tranquilos.
-Y supongo que espera que vaya.
-No realmente.
-Iré, tengo tiempo. Pero antes ¿Usted a que
se decida?
-Soy vendedor de tarjetas mi buen hermano.
Una
vez en el restaurante y tras haber ordenado oriundos platillos cortesía del
misterioso personaje que en esos momentos portaba un traje sin saco y con las
mangas de la comida dobladas hacía afuera, Federico había entrado con toda
confianza en la convivencia.
-Y bueno, tanto rato hablando de mis libros
y yo sin conocer su nombre, ¿Cómo se llama?
-Creo que ha llegado el momento.
-¿De qué?
-Acompáñeme.
-Discúlpeme señor, ¿De qué está hablando?
...
En
ese instante las conciencias humanas de Federico y su acompañante se
transportaron 199 años, 364 días, 23 horas, 59 minutos y tantos segundos
en el futuro.
Sin
decir ni una palabra (Pues no podía) y sin observar nada (Pues tampoco podía)
sintió el maravilloso mundo que se abrió ante él.
Medios
de transporte que se desplazaban a velocidades inmensas, curas para
enfermedades que todavía no se descubrían, países, pueblos y fronteras
políticas irreconocibles, un mundo totalmente desconocido para él y su
generación como lo habría sido la Revolución Industrial para Nerón o la Era
Atómica para Galileo.
-Este es el futuro –Dijo el invitado (Ahora
anfitrión).
-¡Es increíble! ¿Eso eres tú? ¿Una máquina
del tiempo?
Se rio –No, solo soy tu acompañante, a cada
buen escritor de ciencia ficción le damos su viaje, ellos son los que crean el
futuro, ¿Cuántas ideas de viejos escritores no son reales en su tiempo? ¿Por
qué creías que sus visiones del futuro son tan acertadas?
-¿Existe un futuro determinado? ¿Existe un
destino?
-Si, si existe.
-¿Seré un gran escritor?
-Escribirás y será bueno, tú y tus colegas
escritores nos guiaron a lo que ahora vez, consuélate con eso.
-¿Puedo quedarme mas tiempo?
-Todo el que desees.
Federico
se quedó mucho, mucho tiempo. Estudiando cada acontecimiento, memorizándolo. Al
regresar escribiría su obra, ¡su gran obra! Solo era cuestión de asimilar cada
detalle, lo haría, ¡sería inmortal! Esa era su meta, su sueño.
Un
día simplemente lo sintió, sabía lo necesario, era hora de regresar.
Llamó
al Anfitrión.
-Veo que has terminado.
-Si, eso parece.
-También veo que deseas volver.
-Eso es seguro.
Con
esas palabras y tan velozmente como la primera vez que llegó, fue regresado a
su tiempo, a ese mismo banco en la misma estación del metro.
Estaba
recostado, se levantó y entonces lo recordó todo; ¡Se le hacía tarde para su
cita con la junta creativa! Volvería a improvisar un tema para un libro que
nunca escribiría, ese era su plan, el mismo plan de siempre.
Se
detuvo, pues empezaba a re-memorizar sus sueños, cada segundo mas y ms detalles
pasaban delante de sus ojos.
Suficientes
para llenar un libro, dos, tres ¡Cuantos el quisiera!
“A
la mierda la junta creativa, estos será mis tiempos” pensó mientras abandonaba
el banco y la estación.
Tenía
suerte, aún le quedaba mucho por escribir. Sacó su pluma, su cuaderno y empezó
a anotar.
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