miércoles, 30 de abril de 2014

La suerte del escritor.


Fede dejaba atrás el guijarro que había estado pateando hasta la estación del metro de la ciudad. Le recorrió una vaga melancolía por dejarlo atrás. Con un pasó lo rebasó y subió las escalinatas.
Pasó la entrada e ingresó su boleto, “hace cien años esto habría resultado parte de un libro de ciencia ficción” pensaba tras pasar el torniquete que le separaba de ingresar al vagón del metro.
Demasiado tarde, este se había ido sin Federico en su interior, mientras el se peleaba con el policía de entrada por el mal estado del acceso y lo fácil que es que una mochila se atore en el.
Otra prueba de la mala suerte: otro suicida se había lanzado a las vías en el momento en que pesaba el siguiente tren en la estación anterior. No le importaba, llevaba más de una hora de adelanto para su cita, se sentó en una banda sin dejar de pensar en la apariencia del cadáver del suicida cuando un repentino dolo de cabeza lo obligó a cerrar profundamente los ojos para después oír que le preguntaban:
   -Disculpa caballero, ¿Es usted Federico Martínez?
   -Sí, ¿Por?
   -Voy a hacerle unas preguntas.
   -¿De qué maldita compañía de tarjetas es? No me importa, no le responderé nada, tras el último juicio me prometí no hacerlo.
   -No se preocupe caballero, nada de eso, ¿Qué me respondería su le dijera que puedo llevar su conciencia más de cien años en el futuro?
   -Le respondería que es una estupidez, eso no es posible, todos incluyendo a Einstein lo han dicho.
   -Sin embargo usted lo plantea en sus libros.
Fede calló, pues era cierto, ¿Pero que esperaban? La ciencia ficción ya no es moda, se necesitan personajes misteriosos y viajes en el tiempo para subsistir, y eso a medias.
   -Es diferente, en ese caso debo volver comercial el libro, pero sinceramente no lo creo.
   -¿Alguna vez ha creído en el algo de lo que ha escrito?
   -Siempre deseo que suceda o que no, pero lo hago, ¿Y qué hago contándole esto a usted? Es estúpido…
   -No se altere camarada, mire, lo invito a un café para que hablemos más tranquilos.
   -Y supongo que espera que vaya.
   -No realmente.
   -Iré, tengo tiempo. Pero antes ¿Usted a que se decida?
   -Soy vendedor de tarjetas mi buen hermano.

Una vez en el restaurante y tras haber ordenado oriundos platillos cortesía del misterioso personaje que en esos momentos portaba un traje sin saco y con las mangas de la comida dobladas hacía afuera, Federico había entrado con toda confianza en la convivencia.
   -Y bueno, tanto rato hablando de mis libros y yo sin conocer su nombre, ¿Cómo se llama?
   -Creo que ha llegado el momento.
   -¿De qué?
   -Acompáñeme.
   -Discúlpeme señor, ¿De qué está hablando? ...
En ese instante las conciencias humanas de Federico y su acompañante se transportaron 199 años, 364 días, 23 horas, 59 minutos y tantos segundos en  el futuro.
Sin decir ni una palabra (Pues no podía) y sin observar nada (Pues tampoco podía) sintió el maravilloso mundo que se abrió ante él.
Medios de transporte que se desplazaban a velocidades inmensas, curas para enfermedades que todavía no se descubrían, países, pueblos y fronteras políticas irreconocibles, un mundo totalmente desconocido para él y su generación como lo habría sido la Revolución Industrial para Nerón o la Era Atómica para Galileo.
   -Este es el futuro –Dijo el invitado (Ahora anfitrión).
   -¡Es increíble! ¿Eso eres tú? ¿Una máquina del tiempo?
   Se rio –No, solo soy tu acompañante, a cada buen escritor de ciencia ficción le damos su viaje, ellos son los que crean el futuro, ¿Cuántas ideas de viejos escritores no son reales en su tiempo? ¿Por qué creías que sus visiones del futuro son tan acertadas?
   -¿Existe un futuro determinado? ¿Existe un destino?
   -Si, si existe.
   -¿Seré un gran escritor?
   -Escribirás y será bueno, tú y tus colegas escritores nos guiaron a lo que ahora vez, consuélate con eso.
   -¿Puedo quedarme mas tiempo?
   -Todo el que desees.
Federico se quedó mucho, mucho tiempo. Estudiando cada acontecimiento, memorizándolo. Al regresar escribiría su obra, ¡su gran obra! Solo era cuestión de asimilar cada detalle, lo haría, ¡sería inmortal! Esa era su meta, su sueño.

Un día simplemente lo sintió, sabía lo necesario, era hora de regresar.
Llamó al Anfitrión.
   -Veo que has terminado.
   -Si, eso parece.
   -También veo que deseas volver.
   -Eso es seguro.
Con esas palabras y tan velozmente como la primera vez que llegó, fue regresado a su tiempo, a ese mismo banco en la misma estación del metro.
Estaba recostado, se levantó y entonces lo recordó todo; ¡Se le hacía tarde para su cita con la junta creativa! Volvería a improvisar un tema para un libro que nunca escribiría, ese era su plan, el mismo plan de siempre.
Se detuvo, pues empezaba a re-memorizar sus sueños, cada segundo mas y ms detalles pasaban delante de sus ojos.
Suficientes para llenar un libro, dos, tres ¡Cuantos el quisiera!
“A la mierda la junta creativa, estos será mis tiempos” pensó mientras abandonaba el banco y la estación.
Tenía suerte, aún le quedaba mucho por escribir. Sacó su pluma, su cuaderno y empezó a anotar. 


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