martes, 22 de abril de 2014

Rosa de la Noche.


Sabía que era perseguido, más esa noche había decidido dormir, grave error. No pasarían tres horas corridas de descanso cuando lo asaltara de sorpresa la presencia lejana pero real del cazador obligándolo a  tomar vigilia una vez sabida conservada su vida al momento. Colocó cual barricada su lecho y se agazapó tras el con rifle en mano esperando la llegada de quien osaba atormentarlo, es decir, otra noche de desvelo.
Pasadas las horas de la Luna y habiendo recuperado su trono el rey Sol, siguió su camino; él mismo buscaba a alguien.
Caminando por la calle sin parar, identificando los lugares donde encontrar refugio o comida topa por accidente al único ser humano que ha visto desde hace siglos; un anciano decrépito y abandonado tirado en una esquina, presa fácil para el cazador.  
-Hey viejo –Patea al hombre -¿Tiene comida?
-Deje de molestar, joven. ¿No ve que ando tomando el sol?
-Ha de ser usted un muerto de hambre.
-¿Quién no? Apártate que me dejas en la sombra y déjame morir en paz.
-Lo que sea.
Le roba sus pertenecías y cumple sus deseos para después irse, no era mucho; un par de guantes sucios y agujerados, comida putrefacta y chorritos de agua sucia. Lo mejor que ha comido en días.
Sigue caminando entre los viejos edificios tapizados de vidrio desmoronado, amplias avenidas repletas de carros y autobuses abandonados son el paisaje urbano. No hay animales, muchos menos humanos, ni hablar de las almas. Puestos de tiendas saqueados se alzan como los últimos reductos de la civilización.
La pestilencia era mucho mayor al lado de los departamentos, muchas veces guiado por tan característico aroma a muerto corrió tratando de encontrar una persona que estuviese fuera de sus sueños, más al menos deseaba que hubiera tan siquiera un cadáver a quien honrar. Su primera desilusión la obtuvo hace bastante tiempo, poco después de acabado el aniquilador paso del destino se encontró con una mujer joven y bella  que había terminado por cautivar cada uno de sus sentidos con tan solo verla, se acercó y al no poder llamar su atención decidió esperar a la inmóvil figura, su pelo negro regado por los suelos generaba lástima tal que creía dentro de él poder levantarlo y sanearlo, mas prefirió gritar “¡Cuidado con tu pelo, está en el suelo y se está ensuciando!” a lo cual el pelo de la hermosa estatua despareció, ante el asombroso hecho continuó vociferando “¡También tus pies y piernas tocan la tierra, por favor no les causes tal mal!” y como era de esperarse los pies y piernas desaparecieron, la intriga llenó por completo su mente y viendo imposible el alcanzarla continuó destruyendo su antiguo deseo. A partir de ese momento las personas le han dejado de interesar “Son muy delicadas” piensa.
En ocasiones a través de sus travesías recuerda cautelosamente las épocas pasadas, al exjefe extinto que volviose quimera lo salvó del fatal destino de la Humanidad, si alguien le hubiese comentado días antes que ese viaje a los Galápagos para apreciar los paisajes que un día contempló Darwin marcarían la diferencia respecto a su vida no lo hubiera creído, no al menos de la forma que sucedió. A su mascota Dog; un hermoso perro pura raza Pastor Alemán, siempre odió a los animales de bolsillo, el consumismo había vuelto al ser vivo un juguete, no sobrevivirían solos. A su amada, cuyo aletargado olvido lo condujo a la desesperada búsqueda que hoy continúa; ella había viajado con él a Los Galápagos, pero tras la pelea no tomó el barco que a él lo condujo a la terrible visualización de los acontecimientos. Ella sobrevivió, y todavía vivía. Por ello la espero día y noche en Choloxincuatl, donde habían vivido  sus primeros años de matrimonio. La gente se cansa de buscar, a veces solo lo hace para poder morir.
-Mi vida, déjame seguir durmiendo, por favor.
-No, Eloísa. Me tengo que ir, no soporto más esto.
-Vete, no me haces falta, y si lo hicieras yo te buscaría.
Desde entonces ha recordado incansablemente esas últimas palabras, tenía por seguro que lo estaba buscando, como él a ella, tal vez con más intensidad. El día que llegó de nuevo a la ciudad y contemplando la devastación que se abría delante de él guardó en su bolso la efímera rosa que le guardaba para el regreso a la noche y la habitación. Siempre viaja con ella, puede que haya olvidado que significa.
La historia del cazador es muy diferente a  cualquiera que se haya contado sobre persecuciones, él no tenía nada que ver con quien lo atormentaba, ni siquiera conocía su forma física. Pero conocía su existencia. Cada vez que la criatura se encontraba cerca de él su cuerpo se estremecía en escalofríos de lo que identificaba como miedo, miedo del que huía. Siglos de escapar lo habían cansado, quería morir llevándose a esa bastarda figura con él.
El día se oscurecía sin haber hallado alimento, pues refugios hay muchos. Entra con cuidado por la ventana de una casona en las orillas de la ciudad para pasar la noche, enciende una fogata dentro de la casa y cocina la carne rancia que robó al anciano horas atrás. Hierve el agua sucia y la bebe, el maravilloso líquido escurre por su garganta y siente el latir de la vida, lo que le deprime y lo envía al improvisado lecho sin comer.
Momentos antes de cerrar los ojos escucha ruidos detrás de la puerta, risitas de entusiasmo y susurros atrevidos “¡Es ella!” grita emocionado al momento que corre abriendo la puerta.
Lo ve.
Es visto.
El cazador lo ha encontrado, él se zambulle en sus ojos y observa su alma. Sabe que es ella. Llorando abraza a la fiera que incrustado en su corazón tenía la segunda rosa de la habitación. Ambos mueren. Se aman. Lo saben.

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