Ya era de noche y El Tata regresaba de su trabajo en el
almacén, como era de esperarse sentí venir el regaño si no bajaba a ayudarle a
descargar lo que había extraído (claro, con permiso) del depósito. Así y a
regañadientes guardé mi partida del juego de computadora, tome el zapato que
había aventado y tras encontrar el par salí al frio de una noche que anunciaba
a gritos subir escaleras hasta la azotea cargado de metales mezclados con todo
tipo de chatarra barata e inútil.
Terminando de cerrar el portón que daba la calle salude al Tata mientras bajaba del coche, de aquel Pointer Rojo de inicios de siglo que había vivido más que yo para esos años. Más temprano que tarde abrió la cajuela y puso en piso 5 o 6 sillas desarmadas de casino que pesaban la mitad de lo que podría cargar. No quedaba de otra, era eso o enfrentarme a lo que viniera y sinceramente ese pensar me llenaba de miedo. Pronto la azotea tendría menos espacio para llenar.
La noche fue fría, tan fría como las noches de aquellos días. Conforme los minutos pasaban y las escaleras que comunicaban al obscuro almacén de arriba de mi casa retumbaban por el uso parecía que las piezas a subir bajaban su número, por fin iba a terminar.
¡Oh sorpresa! También había traído el tanque de gas lleno y vaya si no quería que lo colocáramos esa misma noche con una partida de videojuego tan ansiosa porque vuelva a su lado. Para no hacer el cuento largo estaba yo agotado y con todas las ganas del mundo por volar a sentarme en el comodísimo sillón de mi sala cuando le pregunto por su jefe para que la despedida no suene tan brusca.
Su jefe, un antiguo millonario dueño de muchísimo casinos en México y U.S.A. que por mala suerte, corrupción y los desfalcos a los que su exesposa sometió a sus empresas había quedado en la ruina. Aquel patrón rico que residía en los United States con el piso térmico que El Tata tanto comentaba.
Estaba ya dándome la media vuelta y con medio pie dentro de la casa cuando, todavía no sé si para bien o mal, la respuesta fue más interesante de lo que pensé.
-Pues ahora mendiga para que lo curen –Respondió.
-¿A poco? –Pregunté como respuesta a la inesperada
contestación.
-Así es, después de haber nadado en dinero el cabrón
tiene que pedir dinero, pero pues qué se le va a hacer, así son las cosas.
- Tata ¿Tú crees que vuelva a tener dinero?
-Si él no es pobre, Andrés, ya te había explicado.
-Ya se me todo ese show del dinero fluido y de las
propiedades, mi pregunta iba hacia si volvería a tener “fluidez”, ya sabes, en
efectivo.
-Sí, hoy mismo me echó la llamada.
-A ver cuenta, cuenta –Mi expectación aumentaba ahora que
se tocaba la posibilidad de una rebanada del pastel.
-Me marca muy emocionado mi jefe…
-¿Desde los Estados Unidos?
-Si hombre, desde allá. A ver, deja que te cuente. Me
hablo mi jefe bien emocionado y pues le pregunté que como estaba todo, que qué
haríamos con lo del almacén cuando tocamos el tema del dinero y empezó; “Pues
verá Don, durante todo este tiempo en que he estado mendigando por mantenerme a
flote he visto como personas que antes me apoyaron, que prometieron estar
conmigo me daban la espalda, ahora he descubierto quienes son en realidad mis
amigos, ellos son quienes volverán a levantarse conmigo, y usted, –Me toma del
hombre- usted está entre ellos.
-No inventes ¿Enserio?
-Así es, ya la hicimos Andrés.
-¿Sí crees que lo cumpla?
-¿No te he contado la historia de mi sobrino?
-No, creo que no. A ver, échatela.
-Pues nada, solo que mi sobrino cuando Salinas ganó la
presidencia igual tenía un patrón que en esas cenas que se dan después de que
se sepa quién es el ganador de las elecciones ahí con todos los candidatos a secretarias
sentados salió elegido como Secretario de Hacienda que en ese momento era pff,
poderosísima. Regresando de la cena le dijo a mí sobrino que él mismo le iba a
conseguir un puesto dentro de la secretaría, y pues él encantado de la vida. Ya pasó la fiesta y todo cuando al día
siguiente amanece con la cabeza en el plato; se había ahogado mientras cenaba.
-¿Y luego?
-Pues hubieras visto lo encabronado que estaba, gritando
por toda su casa que la chingada se los llevara a todos, que cómo se había ido
a morir su pinche patrón sin darle el puesto. Así que ¿Qué conclusión sacamos
de todo, Andrés?
-No lo sé, dime.
-Del plato a la boca…
-¿…Se cae la sopa?
-Ahí tienes tu respuesta.
Esa noche tras regresar a mi guarida secreta comúnmente llamada habitación y terminar mi anhelada partida de videojuego me fui a dormir pensando en dinero fluido, secretarios muertos y lo fácil que es perder una fortuna.
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