Dedico
este cuento a una persona en particular,
A
aquella niña increíble que alguna vez llegué a
conocer.
Para
Aline, que es tan buena, tan lista
Tan
bella.
Durante
siglos, milenios, el Hombre Poeta ha buscado la perfección en una mujer, le ha
levantado monumentos en letras y versos que simbolizan proclamas en su
búsqueda; pero todo ha sido en vano. Nunca en la historia se ha encontrado una
fémina que represente la generalidad de la belleza para el gusto humano, de
dicha forma estamos condenados a hacernos cargo, personalmente, de hallar a la
mujer que deseamos amar. Muchas característica influyen en esta elección, hay
quienes se fijan en la profundidad de sus ojos, la protuberancia de dichas
partes de sus cuerpos, lo complicado de sus palabras o la bondad de su corazón;
es difícil, pues, hacerse una idea de cómo podría ser el objeto del deseo una
vez que entendemos las diferentes (y posiblemente infinitas) combinaciones de
los distintísimos factores antes mencionados.
Todos
hemos de conocer casos en que el individuo queda solo aún sin carecer del
efecto físico suficiente para obtener pareja, aun siendo querido y deseado no
encuentra quien le satisfaga emocionalmente, intelectualmente; esos han de ser
los casos más desesperantes, e inclusive cuando finalmente se localiza pero se
pierde a la mujer amada, los más dramáticos.
La
arena me conmovía con las formas que la doté; esos ojos, esos labios, ese pelo
que tuve que imaginar hace milenios por fin se manifiestan, por fin hoy los
sueños que antaño tuve se recrean y viven para mí y para lo que soñé; aquella
joven niña que siento tan lista, tan bella, tan buena nunca fue mía y que murió
por el tiempo y por mi falta; allí estaba.
No
recordaba bajo qué circunstancias habría llegado a la playa; imágenes, olores,
sonidos, lo único que su mente relacionaba con el pasado, con el antes de. Su
vida, su mente, todo lo que alguna vez fue se borró de su ser, durante esos
infinitos instantes solo existieron él y su mujer en la playa donde la
esculpió.
Las
gotas de lluvia bajaban del Cielo como el apocalipsis ansiado, una a una destruían la imagen en la playa del
corazón del hombre que impotente no podía más que contemplar desesperado el fin
de su creación, de la imagen de la mujer que ha amado desde el comienzo de su
conciencia. La noche se cernía sobre su inerte silueta que postrada sobre un
tumulto amorfo de gránulos que alguna vez tuvieron corazón, aunque hubiera sido
ajeno.
La
mujer que amó, que quiso, por la que imploró y dejó todo; sigue estando muerta.
No la pudo salvar ni esta ni la última vez en que vio destrozarse su cuerpo y
su alma, parte a parte, lágrima a lágrima. No pudo nunca decirle siquiera que
la quería, no pudo, ya no.
Había
logrado despegarse de aquella mirada espectral que a su anciano cuerpo cada
noche lo atormentaba, pudo por fin deshacerse de ese maligno recuerdo de su
juventud; pero se fue con él.
Murió
con su amada, con el recuerdo de lo que amó, murió como tuvo que haber muerto.