martes, 22 de abril de 2014

Situación Normal.


Los agravantes meditaban de manera muy nerviosa en torno al caso que habrían de presentar la tarde de ese día, los múltiples abogados tardarían en llegar puesto que es mucho el papeleo que la jurisprudencia te obliga a llenar, en cuanto llegaran el juicio comenzaría.
Jóvenes menarcas cotorreaban fuera del tribunal que en aquel cúspide momento tenía enfocadas sobre él las cámaras que al firmamento le mostraban la severidad de los hechos a acontecer.
 La historia de tal revuelo habría de comenzar la mañana de un martes aburrido y bochornoso como cualquier día laboral, una anciana pequeña  y decrépita leía versículos bíblicos en el epígrafe de su libro de autoayuda cuando cae sin vida al suelo. Tras descubrirse los problemas endócrinos de la reina de aquel poderoso país y que a la post le causarían la muerte se decidió buscan un culpable.
Imagine usted, pues, el escándalo que se armó cuando la Corte Máxima de la República decidió enfrentar en un juicio a nadie más que a Dios.
La espera fue larga, muchos intereses y mucho en juego hay cuando se juega a los abogados con el Jefe Máximo. En todo caso se esperaba la perdida de cosas como la entropía, o algún cambio en el cosmos como muestra de la preocupación de Jehová.
La expectativa crecía ya que estaba en juego la supremacía moral de muchas religiones, mas no hubo guerra, todos confiaban en la victoria propia.
Por fin llegó el día anhelado; el del juicio. La gente, al paso imponente del convoy donde se movían los jurados, caía con síncopes por el suelo blanco.
Todo estaba puesto; el juez, los testigos y el dibujante, todos a la espera de Dios.
En eso un furibundo, trovador conocido por todos interrumpe la sesión al grito de:
-¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!
La sesión se levantó y el mundo volvió a la normalidad, pero eso sí, con muchas menos guerras.


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