martes, 22 de abril de 2014

Se pinta de gris el cielo.


El vapor del barco pintaba el cielo de aquel gris obscuro, pero obscuro por añejo, por melancólico. Cientos de pañuelos se alzaban al cielo anunciando la despedida esperada, esperada por trágica. Acomodo mi saco y me pongo el sombrero entre desgarradores llantos de pérdida, ¿Qué situación podría ser lo suficientemente pérfida para subyugar a tal grado la entereza humana? Ninguna salvo esa, espero.

Sonaba entonces el silbato del transatlántico que me alejaba de mi patria, pero ya dormía, tal vez para alejar la pena, tal vez para confrontarla en un mundo donde yo pueda vencer.  Por el contrario, acercándose a esas tierras repletas de olvido, combinaciones sicodélicas de aviones soltaban bajo si series de explosiones de muerte. Muchos pasajeros voltearon las miradas tratando de evitar ver su pasado muerto, otros más se lanzaron al mar deseando partir como los recuerdos mismos.

Finalmente la nao se alejó lo suficiente de la costa para poder descansar la vista desgarrada. El clima empezaba a enfriar conforme el día se añejaba y avanzaba hacia su entierro. Yo tomaba mi comida en la cafetería, sorpresa, no hay café.

Durante la noche la tormenta se desató, parecía que estábamos sobre aguas en guerra, posiblemente era así. Toda la noche no pude dormir, las pesadillas y el insomnio se arremolinaban en mi mente, torturándola con la falta de seducción a Morfeo, él no llegaría esa noche, igual que las anteriores. Con los ojos inyectados de sangre me levanté en la mañana del día siguiente, las personas, la vida pierde su color ante la tristeza de caer.

“¿Dónde estará Elisa?” pensaba “¿Dónde se habrá metido?” pero Elisa ya no estaba, había soñado con ella y permití que se introdujera en mi consciente, era algo impropio, incluso peligroso.

Elisa murió durante la guerra, no por balas o bombas sino de fiebre, los médicos dijeron que nunca habían visto una enfermedad tan extraña, nunca la vi después de que la internaran. Sigo pensando que murió de soledad.

Empecé esa misma noche a hacer recorridos nocturnos por la borda del barco, a lo mejor de esa manera me sería más fácil conciliar el sueño. De manera lamentable no fue así, el sueño nunca llegó aquellas veces que lo intenté.

De aquellas noches recuerdo varias cosas, un día conocí a una mujer; era vieja, sus arrugados ojos demostraban la angustia que cargaba en sus espaldas.
-¿Qué le sucede, señora?- Pregunté esperanzado por haber encontrado a otra persona que compartiera mi problema, pero la señora no contestó.
-Mi hijo…- Respondió ella con un hilo de voz, y sin más se lanzó directo al océano, todavía espero que lo haya encontrado.

En el barco hubo rumores. Se decía, por ejemplo, que llevaríamos semanas sin un capitán que condujera el barco; que íbamos a la deriva. Otros más afirmaron que regresaríamos a nuestros hogares, algunos que llegaríamos pronto a nuestro destino.

Sonará gracioso, pero cuando pude al fin conciliar un poco el sueño, el movimiento del barco atracando me despertó de inmediato. Parecía cierto que habíamos llegado, era sorprendente la felicidad que existía entre los pasajeros, mi incluyo con ellos ¿Pero qué otra cosa puedes esperar? Meses en el mar son verdaderamente agobiantes, más cansado incluso que existir sin vivir, sin embargo a lo último la gente se termina acostumbrando.

 
Aquí acaba mi historia, con la terrible noticia de sabes que mis predicciones estaban acertadas. ¡Hemos llegado! ¡Logramos alcanzar nuestro destino! Tal vez ahora, solo tal vez pueda despedirme de Elisa. Pero no lo creo, no nos han dejado salir, puede que estemos condenados a pasar la eternidad encerrados en esta tumba nadante, así como los pilotos en sus aviones, o los enfermos en camas de hospital.

El vapor del barco pintaba el cielo de aquel gris obscuro, los colores y las formas se pierden conforme nos desvanecemos en la historia, no nos olviden, es nuestra última súplica.



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