martes, 22 de abril de 2014

Nuestras mujeres bonitas.


La vida había pasado deprisa frente a los ojos de Penélope,  no habían existido aventuras memorables durante su juventud; algún novio ocasional de esos que duran poco y roban besos, de aquellos amores que no son dignos de consolar. Penélope poco había vivido, muy poco para tan largos y desesperados encuentros que tanto anheló.
Resulta interesante entonces que 15 años después se le encontrase envuelta en aquella feria emocional de proporciones épicas.
Hacía ya días que su amado huyó de su cariño. 7 meses y había roto record en la duración de una relación. Desconocía las circunstancias que provocaban la partida de aquellos que elige, poco le importaba pues no tardaban en volver al embriagante sentir de su cuerpo. Y no es que fuera bella, sino la experiencia maquillada de la inocencia virginal que con los años aprendió a replicar era lo que la dotaba del don del recuerdo ajeno.


El cielo no soportaba el ego y el orgullo de sentirse al menos amada y correspondida, por eso al poco rato paso de uno, a dos, a tres, a puños de amantes que le otorgaban el placer inmaculado de la querencia.
Y así sería hasta la llegada de su compinche amoroso definitivo. Resulta que una da las muchas noches dedicadas a la afamada literatura hindú sería el parte aguas en su vida sentimental.
Llegaría de sorpresa como cualquier destino incierto, cual negligencia de soledad no la abandonaría hasta la llegada de la hora clériga, y moriría a su lado arcaico y desvestido. En teoría como siempre se espera que suceda.
Penosas las almas que no cumplen lo prometido, que se ofuscan ante los actos acometidos, a cambio incluso del terrenal misterio humanista del porvenir. Aquel que su muerte ve pronta, pronta ve la muerte.
Hay días que pasan y nadie lo nota. Hay personas que pasan y nadie las percibe, ni un sentido reacciona a su presencia, ningún vello se eriza ante su contacto y por ningún motivo se dejan influir por el entorno que habitan, y apartándose no logran mas que su enclaustramiento, ¿Cómo llega alguien a ser único si no es alguien? Muy por debajo de las ambiciones mundialistas del espectro, el contacto ser con ser requiere la premisa de la aceptación social, o en su caso aunque no difieren, de la personal.
Incluso podría llegarse a sospechar de la causa que provocó tantas lágrimas sin destino aparente de la joven Penélope.
Noches que le fueron martirio insoportable por tal sufrimiento. Mucho su cuerpo se había desarrollado las últimos meses para que nadie la quisiera, demasiado empeño gastado en su arreglo personal para que ni el mas ansiado le dirigiera mas que una lujuriosa mirada de aprobación
Ella nunca fue una puta, nunca una puta oficial.
Mas sorprende ante este hecho el origen del encuentro sentimental de la meretriz sin reconocer: resulta curioso en su momento el origen clientelas del enamorado que parecía haber encontrado el complemento del alma dividida, la media naranja, su mujer bonita.
A lo pronto la enamoró de la única forma que un hombre decidió lo puede hacer; con la sutileza necesaria pero con paso firme y una marcha auto-forzada.


La fecha del casorio hace mucho la aclararon, ambos necesitaban escapar de su pasado y hallar juntos un nuevo destino. Habían decidió huir.
La vieja estación de ferrocarril que hacía poco la modernizaron resultaba ser la mejor opción para los tórtolos decididos a socavar las críticas intachables de su amorío. Resulta aparte un sitio además de clásico y misericordioso unido a vidas e historias innumerables que poco le faltaba para sucumbir ante las olas de melancolía que sus muros almacenaban.
Penélope esperaba sentada en la estación a aquel individuo que la había sujetado a él.  Ya dependía totalmente de su tacto y su presencia, el amor que se profesaban era tan inmenso que nunca le importó que nunca llegó.
Dicen  que todavía la mujer bonita lo sigue esperando, sentada en la misma banca de la estación de tren. Incluso tras haber muerto. 

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