La vida había pasado deprisa frente a los ojos de
Penélope, no habían existido aventuras
memorables durante su juventud; algún novio ocasional de esos que duran poco y
roban besos, de aquellos amores que no son dignos de consolar. Penélope poco
había vivido, muy poco para tan largos y desesperados encuentros que tanto
anheló.
Resulta interesante entonces que 15 años después se le
encontrase envuelta en aquella feria emocional de proporciones épicas.
Hacía ya días que su amado huyó de su cariño. 7 meses y había
roto record en la duración de una relación. Desconocía las circunstancias que
provocaban la partida de aquellos que elige, poco le importaba pues no tardaban
en volver al embriagante sentir de su cuerpo. Y no es que fuera bella, sino la
experiencia maquillada de la inocencia virginal que con los años aprendió a
replicar era lo que la dotaba del don del recuerdo ajeno.
El cielo no soportaba el ego y el orgullo de sentirse al
menos amada y correspondida, por eso al poco rato paso de uno, a dos, a tres, a
puños de amantes que le otorgaban el placer inmaculado de la querencia.
Y así sería hasta la llegada de su compinche amoroso
definitivo. Resulta que una da las muchas noches dedicadas a la afamada
literatura hindú sería el parte aguas en su vida sentimental.
Llegaría de sorpresa como cualquier destino incierto,
cual negligencia de soledad no la abandonaría hasta la llegada de la hora
clériga, y moriría a su lado arcaico y desvestido. En teoría como siempre se
espera que suceda.
Penosas las almas que no cumplen lo prometido, que se
ofuscan ante los actos acometidos, a cambio incluso del terrenal misterio
humanista del porvenir. Aquel que su muerte ve pronta, pronta ve la muerte.
Hay días que pasan y nadie lo nota. Hay personas que
pasan y nadie las percibe, ni un sentido reacciona a su presencia, ningún vello
se eriza ante su contacto y por ningún motivo se dejan influir por el entorno
que habitan, y apartándose no logran mas que su enclaustramiento, ¿Cómo llega
alguien a ser único si no es alguien? Muy por debajo de las ambiciones
mundialistas del espectro, el contacto ser con ser requiere la premisa de la
aceptación social, o en su caso aunque no difieren, de la personal.
Incluso podría llegarse a sospechar de la causa que
provocó tantas lágrimas sin destino aparente de la joven Penélope.
Noches que le fueron martirio insoportable por tal
sufrimiento. Mucho su cuerpo se había desarrollado las últimos meses para que
nadie la quisiera, demasiado empeño gastado en su arreglo personal para que ni
el mas ansiado le dirigiera mas que una lujuriosa mirada de aprobación
Ella nunca fue una puta, nunca una puta oficial.
Mas sorprende ante este hecho el origen del encuentro
sentimental de la meretriz sin reconocer: resulta curioso en su momento el
origen clientelas del enamorado que parecía haber encontrado el complemento del
alma dividida, la media naranja, su mujer bonita.
A lo pronto la enamoró de la única forma que un hombre
decidió lo puede hacer; con la sutileza necesaria pero con paso firme y una
marcha auto-forzada.
La fecha del casorio hace mucho la aclararon, ambos
necesitaban escapar de su pasado y hallar juntos un nuevo destino. Habían
decidió huir.
La vieja estación de ferrocarril que hacía poco la
modernizaron resultaba ser la mejor opción para los tórtolos decididos a
socavar las críticas intachables de su amorío. Resulta aparte un sitio además
de clásico y misericordioso unido a vidas e historias innumerables que poco le
faltaba para sucumbir ante las olas de melancolía que sus muros almacenaban.
Penélope esperaba sentada en la estación a aquel
individuo que la había sujetado a él. Ya
dependía totalmente de su tacto y su presencia, el amor que se profesaban era
tan inmenso que nunca le importó que nunca llegó.
Dicen que todavía
la mujer bonita lo sigue esperando, sentada en la misma banca de la estación de
tren. Incluso tras haber muerto.
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