I
Las musas se divertían jugando por todas partes. Poco les
importaba lo sucio que dejaban su largo vestido floreado, o la forma en que
descuidaban su maquillaje tan finamente arreglado; el cual ha servido únicamente
por los siglos de los siglos para seducir a los incontables nobles que al
Imperio llegaban en busca de riquezas, de la gracia del Emperador al que ellas
pertenecían.
Se agotarían las palabras tratando de contabilizar la
ignorancia acerca del mundo que ellas ostentaban y que en caso contrario poco
les serviría.
¿Por qué necesitaban comprender algo más que la forma de
arreglarse el pelo? ¿Algún día necesitarían ser más cultas? ¿Se sabían
ignorantes? ¿Por qué eran tan felices?
Aquella inocencia virginal de la que gozaban gracias a la
avanzada edad del emperador alcanza para asimilar el grado de opacidad mental
que sufrían.
II
A tales alturas de la decadencia del Imperio muy pocos
conocían lo que estaba por suceder. Las grandes invasiones bárbaras
provenientes de las salvajes islas del Pacífico mermaron hace tiempo a las
tropas leales al Emperador, que a pesar de dar sus vidas con valor y heroísmo
muy en vano fue su esfuerzo al intentar defender sus ciudades de la anarquía.
Ahora los eternos enemigos vislumbraban el ocaso que
antaño esperaban. Los ataques no se harían esperar.
Y mientras el Emperador cómodo y seguro habitaba en su
palacio: Aquella imponente construcción de ventanales y torres inmensas, esa
blasfemia contra el hambre y la ignorancia de su pueblo, un monumento a la
inutilidad, la codicia y la frivolidad.
En poco más de 70 años aquel gobierno había logrado
hundir el barco más grande, incendiar el bosque más frondoso, socavar la
voluntad de mil conciencias.
III
Plácidamente dormían las musas en sus habitaciones, poco
se sobresaltaban con los ruidos pertenecientes a la noche. Sus cuartos ubicados
en el último piso de la más alta torre; lejos, muy lejos de la miseria de su
gente, de personas que morían por no tener que comer mientras ellas discutían
azarosamente sobre los chismes del día siguiente, el compañero más atractivo,
el baile más hermoso.
Hembras atadas a sus inocentes mentes, al consiente
inoportuno que de vez en cuando les revelaba un poco del cosmos adyacente a sus
fronteras. Marginadas por completo del caos emocional que reina en el humano,
que lo vuelve humano.
Existir poco basta a veces en la conciencia de los
hombres, este sentimiento vive en quienes buscan más hay también quien no desea
más que aquella victoria de ser parido. Ellos y las musas tontas, esas mujeres
que todo quieren y todo se les da.
IV
La guerra fue fugaz; el pueblo harto de su Emperador se
levantó en armas, el mal gastado ejército no pudo contra miles y miles de
personas deseosas de cambiar, de alcanzar la felicidad.
Los primeros días de movilizaciones únicamente sucedieron
en el Occidente del Imperio, ya que el grueso de las fuerzas Orientales había
desertado.
Pocos días después de abierto el primer frente ocurrieron
otras dos invasiones más por el Norte, las tropas Orientales restantes y las
estacionadas en el Sur se dirigieron a las nacientes batallas. Lo sureños
iniciaron su levantamiento. Pronto el virus de la sublevación se extendió en la
inmensidad de los dominios del Emperador. Horas después de estar controlada la
capital por los insurgentes los comandos militares capitularon.
Los secretarios del Jefe Máximo fueron arrestados y
ejecutados. El mismo día el Emperador muere apedreado en un juicio público.
V
Nuestras musas estaban muy enfadadas ¡No había desayuno
servido! ¡Incluso volvieron horas más tarde y nada! Era algo terrible, no
comían desde anoche y tenían un hambre enorme.
Todas, guiadas por una mano invisible se levantaron por
segunda vez de la mesa y lloraron de rabia y hambre por todo el palacio,
suplicando por alguien que las atendiera.
Y así recibirían una por una a los primeros invitados
frente a los que no sonreirían: Una turba completamente enloquecida, dispuesta
a todo con tal de saciar su sed de pan y carne.
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