La común Novembrina noche con lluvia que tantas almas ha
visto perecer recuerda con melancolía suceso tras suceso que a su interior ha
acontecido. Años y años se acumulan en
su pensar mientras los días pasan y sus protagonistas desaparecen. Siente sin
pesar los anhelos de espera de parejas que sueñan con presenciar el día
siguiente, el año nuevo, el fin de la vida. La muerte ocasional de aquel
anciano descabritado y triste por la lejana partida de Ella, ansioso del
imposible reencuentro. Las plegarias inútiles por pretenciosas. Los amores
antiguos por falta de olvido.
La noche pasaba de prisa en ojos de Elena, atrás quedaron
machacadas las ilusiones primigenias de la relación que mucho mas allá de
beneficiarla la hacía feliz. Aquella noche era mucho más triste que cualquiera
de las recientemente vividas, puede que la causa de esta situación recaiga en
el solapamiento de la realidad, porque aunque en raras ocasiones ocurre, la
felicidad no venía acompañada del bienestar, Elena no estaba bien, su cuerpo
desgastado, su alma deshecha y su corazón roto.
Mucho faltaba para acabar con aquel ímpetu aplastante que
en la juventud la caracterizó. Años atrás protagonizó cual activista social
intensos movimientos, marchas y protestas por tal o cual causa, ahora poco
queda de la mujer que fue, debido posiblemente al corruptor acto de amar, amas
sin descuido, sin vergüenza o miedo.
Asegurar que fue ese común individuo quien agotó las
esperanzas de Elena sería darle mucha importancia. En ningún momento fue
intención de ella el sucumbir ante tan delicados elogios, sin embargo se conoce
la sutileza del encanto amoroso que retiene sin enclaustrar las almas de los
caídos en batalla.
Años y años pasaron hasta el reencuentro personal de
Elena consigo misma. Camas, moteles, autobuses, sacrificios, Elena vivió
innumerables noches bajo el embrujo del susodicho, arremolinando sus
pensamientos bajo el efecto pasivo del opio hormonal. Placebos sobraban que
curaran la enfermedad caótica de la férrea amante.
Como extravagante alcanzaría a resumirse el método
maligno con que subsistió tan larga eternidad. Malditas sean las almas
caritativas que anulan el deseo innato de luchar por el control personal del
destino. E inclusive para un ser tan acostumbrado al combate cuerpo a cuerpo le
fue opacadora la malignidad de los sucesos acometidos. Elena moría tan
brillantemente como había encontrado en brazos ajenos el renacer.
Es en este punto donde la historia de Elena se vuelve
borrosa, poco se sabe del complot positivista universal que lleva a la
protagonista a acabar con la maldad y salir victoriosa del asunto. Victoriosa a
cualquier precio.
Saltamos en este instante hacía varios periodos
temporales adelante. La división entre días, meses, años y siglos se vuelve
redundante. Todo se ha detenido en el cerebro de Elena, prácticamente nada
queda de aquella tan hermosa mujer que antaño sobrepaso extraordinariamente
cada problema que su camino quiso estropear. Fuera su culpa o de su pareja poco
importa a estas alturas; la muerte siempre viene disfrazada.
¿Pero de que maldita forma escapas cuando eres completa,
enteramente feliz? ¿Es posible acaso más que abandonar, olvidar en tan
caprichosa ocurrencia amorosa? ¿No sería en todo caso la huída una muestra de
verdadero amor?
Sucede en ocasiones que la persona se transmuta y parece
ser entonces el momento idílico para la fulminación terrenal de cualquier lazo
que a antes existió. Y Elena lo sabía.
Aquella noche tras hacer el amor entre lágrimas y
jeringas, y una importante cantidad de lunas después Elena se marchó, impasible acomodó su equipaje, revisó la hora
y en la madrugada de aquel 1º de Noviembre acabó definitivamente con el
espectro vivo del amante transmutado.
Llovía intensamente, Elena no había previsto ningún
paraguas y el agua le llegaba hasta los talones, sin embargo ella siguió
avanzando hasta la estación del metro que la llevaría lejos, muy lejos de su
vida pasada, hasta un intrincado pero maravilloso destino.
Para sus adentros pensó:
“Hasta luego, Ulises”
Sin atreverse a decir Adiós.