Dios meditaba profundamente; la luz, la tierra y los
mares ya estaban creados, dentro de poco terminaría por completar las plantas y
las lanzaría a su vida a la intemperie, los animales lo mismo; patos, vacas,
conejos ya habitaban las planicies
terrenales. Pero no paraba de meditar.
“¿Cuál es mi destino?” no dejaba de cuestionarse, desde
el “inicio” de su existencia, es decir desde siempre, no paraba de preguntarse
lo mismo, todo el tiempo, cada segundo, cada minuto irreal era
insoportablemente quejoso, vacío. Un buen día se hartó de todo y decidió
empezar la creación. Por supuesto fue un accidente; felizmente descansaba
cuando tropezó y al caer tomó un puñado de vacío que con el calor y la presión
de sus manos cobró una nueva forma, la de un átomo, este mismo los siguió
sometiendo a las anteriores circunstancias cambiando su estructura y su
composición. Con el transcurso infinito del tiempo había logrado crear un
universo, poblándolo de vida, así su juego estaba por terminar. Bien podía
destruirlo y volver a empezar con nuevas y exóticas formas, lamentablemente
conocía su fácil irritabilidad y aceptó que a los pronto se volvería igual de
monótono que no hacer nada.
Dios estaba aburrido. Cansado ya de investigar sus
intrincados orígenes y tras crear un Universo las posibilidades de diversión se
le agotaban.
Hasta ese momento lo mas entretenido había sido diseñar a
sus preciosos animales, esos conejillos que brincoteaban de un lado al otro le
parecían lo mas fascinante de todo lo que creó, sin embargo algo que había
notado era lo rápido que se acababan los recursos en su primer mundo habitado.
El problema era grave, si no lo detenía a tiempo en lo pronto todo su sistema
se vendría abajo.
“Debo de matar a mis animales” la simple idea le parecía
perversa, no podría hacerlo, los amaba de una forma que solo Dios puede
soportar. Tras mucho pensar encontró la solución “Mis animales tendrán que
morir por su cuenta”. De esta forma se creó la muerte.
A pesar de las medidas tomadas el resultado seguía sin
ser favorable, los animales seguían multiplicándose y multiplicándose; la
respuesta estaba en otra parte.
Triste y apesadumbrado por la aparente imposibilidad de
supervivencia de sus criaturas se dedicó por largo tiempo a mandar y mandar
especies al planeta para suplantar a las que se extinguían. Seres y seres
recorrieron al arcaico mundo, solamente las de mas fácil reproducción
perduraban. Gracias a Dios que las plantas crecían más rápido; otra fantástica
idea.
He ahí la solución, si los animales comen plantas ¿Por
qué no comen otros animales?
Tigres, leones, lobos, animales que comían a otros
animales; el arma perfecta para acabar con la sobrepoblación de sus criaturitas
silvestres… Y el remedio exacto para acabar con su aburrimiento. Pero era
demasiado trabajo para el mismo, así que creó cientos, miles de ayudantes que
le apoyarían en la enorme labor de dispersar estos animales por todo el globo.
Estos maravillosos ayudantes voladores lograron
rápidamente hacer realidad la meta de Dios; creó un mundo sustentable y su
recreación ya no estaba condicionada; una horda de trabajadores no son fáciles
de controlar.
Pero rápidamente el trabajo se agotó; sus criaturas no
causaban problema alguno. Por más que metió terremotos, tormentas, cataclismos,
las mudas especies ni se inmutaban.
Dios sufrió numerosos golpes de Estado, exiliando muy
lejos a los responsables. La falta de acción
Tenía a quien dejarle el poder, había echo lo que le
plazca durante varias eternidades. Su poder era infinito, tal vez, solo tal vez
si lo heredaba podría al fin alcanzar la muerte.
Y empezó a crear la Especie Humana. Todo el poder de Dios
dividido, fragmentado en miles de millones de partes. Pero el Ser Humano no
podría solo. Él lo guiaría por los siglos de los siglos, y solamente aquellos
escasos ejemplares dignos de aceptación divina podrían entrar a su reino para
existir con él como producto inalcanzable de su eterna gloria.
Pero su deseo de autodestrucción igual lo heredaría, solo
que ellos nunca sabrán lo que los llevó a tal acto. Pero la misión estaba
cumplida, Dios tenía trabajo por hacer.
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