Era una noche cualquiera, ya era de por si tarde cuando
Juan Pérez llegó de su trabajo en un
maquiladora a las afueras de la gran metrópoli de Choloxincuatl, se fue
directo a dormir, cansado por su jornada de 18 horas lo único que realmente
deseaba era un buen seño.
En el apogeo de su odisea en brazos de Morfeo sonó el
teléfono con semejante estrépito capaz de despertar cualquier cosa a varios
metros alrededor, era un modelo antiguo, color blanco incluyendo la cámara, la
cual en la parte inferior tenía escrito lo que en sus tiempos habría
significado “Alta Definición”. A duras penas Juan logró levantarse preparado
para mandar al demonio a las personas que le exigían pagar las cuotas de agua,
luz, predio y aire que le tocaban mensualmente y debía desde hace 3 años.
-¿¡Quién habla!? –Contestó Juan.
-Ho-la me lla-mo Ja-vi-er ¿Y tú? –Habló la voz muy
pausadamente una voz que se oía sumamente arrastrada.
-¡Qué le interesa como me llamo! ¡Hágame un favor y no
vuelva a marcar! –Dijo rápidamente antes de darse cuenta que no le marcaron
para cobrarle absolutamente nada y despertar su curiosidad pes hace mucho que
nadie marcaba.
-Pe-pe-ro es-pere, no enti-en-de ¡Es-toy ha-blan-do!
Que-ría mos-trar-se-lo.
-¡No me diga! ¿Sabe qué pedazo de analfabeta? Yo aprendía
a hablar al año y medio como cualquier ser humano normal –Objetó rápido,
preparado para colgar en cualquier momento, si no lo había hecho ya era porque
le encantaba armar líos.
-Pe-ro n-o soy u-na per-so-na.
-¿Cómo dice?
-Soy… ¿Cómo nos lla-man? Ya lo recordé, soy un caballo
–Aclaró en un perfecto castellano.
No había más caballos en el mundo, todos se encontraban
en un asteroide-zoológico, a excepción de… Volteó rápido a la cabaña del patio.
Ahí con la columna erguida sobre sus pezuñas Javier le
guiñó un ojo. Tenía un teléfono en la mano.
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