miércoles, 4 de junio de 2014

En un noche cualquiera.

Era una noche cualquiera, ya era de por si tarde cuando Juan Pérez llegó de su trabajo en un  maquiladora a las afueras de la gran metrópoli de Choloxincuatl, se fue directo a dormir, cansado por su jornada de 18 horas lo único que realmente deseaba era un buen seño.
En el apogeo de su odisea en brazos de Morfeo sonó el teléfono con semejante estrépito capaz de despertar cualquier cosa a varios metros alrededor, era un modelo antiguo, color blanco incluyendo la cámara, la cual en la parte inferior tenía escrito lo que en sus tiempos habría significado “Alta Definición”. A duras penas Juan logró levantarse preparado para mandar al demonio a las personas que le exigían pagar las cuotas de agua, luz, predio y aire que le tocaban mensualmente y debía desde hace 3 años.
-¿¡Quién habla!? –Contestó Juan.
-Ho-la me lla-mo Ja-vi-er ¿Y tú? –Habló la voz muy pausadamente una voz que se oía sumamente arrastrada.
-¡Qué le interesa como me llamo! ¡Hágame un favor y no vuelva a marcar! –Dijo rápidamente antes de darse cuenta que no le marcaron para cobrarle absolutamente nada y despertar su curiosidad pes hace mucho que nadie marcaba.
-Pe-pe-ro es-pere, no enti-en-de ¡Es-toy ha-blan-do! Que-ría mos-trar-se-lo.
-¡No me diga! ¿Sabe qué pedazo de analfabeta? Yo aprendía a hablar al año y medio como cualquier ser humano normal –Objetó rápido, preparado para colgar en cualquier momento, si no lo había hecho ya era porque le encantaba armar líos.
-Pe-ro n-o soy u-na per-so-na.
-¿Cómo dice?
-Soy… ¿Cómo nos lla-man? Ya lo recordé, soy un caballo –Aclaró en un perfecto castellano.
No había más caballos en el mundo, todos se encontraban en un asteroide-zoológico, a excepción de… Volteó rápido a la cabaña del patio.
Ahí con la columna erguida sobre sus pezuñas Javier le guiñó un ojo. Tenía un teléfono en la mano.





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