lunes, 14 de julio de 2014

Para Aline.



Dedico este cuento a una persona en particular,
A aquella niña increíble que alguna vez llegué a  conocer.
Para Aline, que es tan buena, tan lista
Tan bella.








Durante siglos, milenios, el Hombre Poeta ha buscado la perfección en una mujer, le ha levantado monumentos en letras y versos que simbolizan proclamas en su búsqueda; pero todo ha sido en vano. Nunca en la historia se ha encontrado una fémina que represente la generalidad de la belleza para el gusto humano, de dicha forma estamos condenados a hacernos cargo, personalmente, de hallar a la mujer que deseamos amar. Muchas característica influyen en esta elección, hay quienes se fijan en la profundidad de sus ojos, la protuberancia de dichas partes de sus cuerpos, lo complicado de sus palabras o la bondad de su corazón; es difícil, pues, hacerse una idea de cómo podría ser el objeto del deseo una vez que entendemos las diferentes (y posiblemente infinitas) combinaciones de los distintísimos factores antes mencionados.

Todos hemos de conocer casos en que el individuo queda solo aún sin carecer del efecto físico suficiente para obtener pareja, aun siendo querido y deseado no encuentra quien le satisfaga emocionalmente, intelectualmente; esos han de ser los casos más desesperantes, e inclusive cuando finalmente se localiza pero se pierde a la mujer amada, los más dramáticos.


La arena me conmovía con las formas que la doté; esos ojos, esos labios, ese pelo que tuve que imaginar hace milenios por fin se manifiestan, por fin hoy los sueños que antaño tuve se recrean y viven para mí y para lo que soñé; aquella joven niña que siento tan lista, tan bella, tan buena nunca fue mía y que murió por el tiempo y por mi falta; allí estaba.

No recordaba bajo qué circunstancias habría llegado a la playa; imágenes, olores, sonidos, lo único que su mente relacionaba con el pasado, con el antes de. Su vida, su mente, todo lo que alguna vez fue se borró de su ser, durante esos infinitos instantes solo existieron él y su mujer en la playa donde la esculpió.

Las gotas de lluvia bajaban del Cielo como el apocalipsis ansiado, una a  una destruían la imagen en la playa del corazón del hombre que impotente no podía más que contemplar desesperado el fin de su creación, de la imagen de la mujer que ha amado desde el comienzo de su conciencia. La noche se cernía sobre su inerte silueta que postrada sobre un tumulto amorfo de gránulos que alguna vez tuvieron corazón, aunque hubiera sido ajeno.

La mujer que amó, que quiso, por la que imploró y dejó todo; sigue estando muerta. No la pudo salvar ni esta ni la última vez en que vio destrozarse su cuerpo y su alma, parte a parte, lágrima a lágrima. No pudo nunca decirle siquiera que la quería, no pudo, ya no.

Había logrado despegarse de aquella mirada espectral que a su anciano cuerpo cada noche lo atormentaba, pudo por fin deshacerse de ese maligno recuerdo de su juventud; pero se fue con él.

Murió con su amada, con el recuerdo de lo que amó, murió como tuvo que haber muerto.

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